El fenómeno Iago Aspas es algo increíble. En mis años de
celtista, no recuerdo nada parecido desde Mostovoi. El Zar era el líder de un equipo
que encandilaba a España y Europa por su fútbol ofensivo y preciosista. El de
Moaña es el referente del Celta de los canteranos, posiblemente el grupo de
jugadores que mayor grado de identificación hayan generado con una hinchada
renovada y mucho más entregada que otrora. Si bien a día de hoy todavía no
soporta la comparación balompédica con el genio ruso, en el apartado emocional
el actual 10 celeste gana por goleada. Cuesta pensar en una figura tan querida
e idolatrada por el celtismo. Quizás sean sus goles, su fútbol de calle, su
amor a unos colores o la pasión con la que se desenvuelve en cada partido. No lo
sé. Lo que sí es cierto es que cuando yo tenía 8 años, todos queríamos ser
Mostovoi. Ahora, en Vigo y alrededores, no hay un solo niño que no quiera ser
Iago Aspas.
Sin embargo, quizás
entre todos, estamos llevando esa admiración demasiado lejos. Hace tres meses,
cuando Paco Herrera le retiró del campo ante el Mallorca a falta de 20 minutos
para la conclusión de un choque igualado, la grada de Balaídos manifestó su
desacuerdo con una sonora pitada. Al día siguiente, desde los medios de
comunicación se criticó duramente esa decisión. Yo mismo mostré mi
disconformidad. No entendía cómo Herrera, por el simple hecho de tener una
amarilla, había decidido privar al Celta de su mejor jugador, quizás el único
con suficiente capacidad como para decantar la balanza del lado celeste. Por
aquel entonces, Aspas deslumbraba a propios y extraños, era el jugador de moda,
el desconocido futbolista de Segunda que se había convertido en una estrella en
Primera. Determinante para un equipo incapaz de crear peligro sin él, el moañés
se había convertido en intocable.
El sábado en Getafe se
repitió la misma situación y la reacción fue semejante. Desde la televisión se
escucharon pitos durante el cambio de Aspas por Santi Mina. Posteriormente,
aunque de forma tímida, también se oyó algún que otro “Herrera vete ya”. A
diferencia de meses atrás, esta vez sí entendí al técnico celeste. El del
Morrazo no había cuajado su mejor partido y su aportación en ataque estaba
siendo muy pobre. De los cuatro futbolistas de arriba era el que menos estaba
entrando en contacto con el juego y por ello Herrera, con buen criterio,
decidió sustituirlo, lo que provocó un carrusel de críticas tanto en las redes
sociales como en algún que otro medio de comunicación.
La pregunta es:
¿debe ser Aspas intocable? Para mí no. Qué duda cabe que el de Moaña es el
mejor jugador de este equipo, de los pocos futbolistas distintos capaces de
ganar un partido por sí solo. Pero lo que también es cierto es que lleva unas
semanas lejos de su mejor nivel. Sea por vivir en una nube, como asegura
Herrera, porque los rivales ya le conocen o porque simplemente está atravesando
una mala época como cualquier futbolista, el del Morrazo no es el mismo que el
de principio de temporada. Se puede discutir que la forma de proceder de Herrera,
señalándolo en sala de prensa y aireando unos asuntos que sería mejor lavar en
casa, haya sido o no la correcta. Probablemente se la podía haber ahorrado.
Pero lo que no se puede es cuestionarlo cada vez que decida retirarlo del campo
sin valorar las prestaciones que en ese momento esté ofreciendo el de Moaña.
A día de hoy, Aspas
no es el de hace dos meses. El curso pasado también empezó como un tiro, tuvo
una mala racha a mitad de temporada y terminó siendo determinante en el tramo
final. Resino, recién fichado, debe ayudarle a recuperar su mejor nivel y que vuelva a ser ese
jugador decisivo que deba estar sobre el campo los 90 minutos. Lo necesita el
propio Aspas y sobre todo lo necesita el Celta.
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