El enésimo aviso de Balaídos


DAVID PENELA
El Estadio Municipal de Balaídos ha vuelto a dar otro aviso. No es el primero, y deberíamos estar agradecidos al destino por las oportunidades que nos está dando. La caída de cascotes se ha ido repitiendo en los últimos años con preocupante puntualidad. De vez en cuando, volvemos a olvidarnos y creemos que una mano de pintura exterior convierte a un estadio que se cae a pedazos en un recinto de cinco estrellas. Pero entonces, vuelve a aparecer. 

Aún tenemos fresco en la memoria lo sucedido en el mes de abril, cuando unos cascostes se cayeron durante un partido en la zona de la afición visitante. Sucedió en el partido anterior al derbi y cayó en una zona que estaría abarrotada en ese partido. Aquel día no había nadie, así que no pasó nada. Técnicos del Concello y el propio Concelleiro de Deportes acudieron a revisar las instalaciones y dieron el visto bueno. Aquí no ha pasado nada, es una menudencia, insinuaron. No han pasado ni ocho meses antes de que Balaídos volviese a dar otro aviso. 

El viejo estadio de Fragoso ha visto muchas cosas, ha vivido varias vidas y en su interior se han alojado tantas almas que ya considera a los celtistas como sus hijos. Por eso avisa. Jamás le podremos reprochar al estadio que no tenga alma. La tiene, y nos quiere lo suficiente como para recordarnos lo que pude suceder si no se toman medidas urgentes. Ayer pudo haber una desgracia en Balaídos tras el desprendimiento de varios cascotes de la fachada de Marcador. No pasó nada de pura casualidad, porque la zona donde cayeron los pedruscos suele ocupada por aficionados que entran al estadio o utilizan aquella zona para acercarse a su grada. 

Balaídos aprieta pero no ahoga, pero algún día se cansará de darnos avisos. Ese día todos se echarán las manos a la cabeza y lamentarán no haber actuado antes. Se aplicarán todas las medidas de seguridad y aparecerán dotaciones económicas tendentes a reformar el estadio y evitar la muerte de más inocentes. Ese día, todos los políticos y partes afectadas estarán con la familia de las víctimas, las arroparán y, con rabia, jurarán que no se repetirá. Lo mismo que si esto fuese una macrofiesta en Madrid. Exactamente lo mismo. Y Balaídos se inundará con sus lágrimas. Con la impotencia de quién jamás es escuchado. 

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