El fútbol nace en Inglaterra. La gambeta, en Argentina. Un territorio
en el que el balompié alcanza niveles religiosos, un Estado que calmó las penas
de una dictadura alrededor de los goles de Kempes y la zurda de Maradona. En la
ribera del Río de la Plata, el fútbol se vive de otra manera, con desenfreno,
liberando al máximo los sentimientos por un deporte y unos colores que expresan
una forma de vida. Pero al mismo tiempo, se juega a cámara lenta, al ralentí,
con parsimonia. En el país del tango, el fútbol es una música lenta pero llena
de significado, plena de pasión. La gambeta, el regate, es su paso más
característico.
Hacía tiempo que
este vocablo había perdido su uso a orillas del Atlántico. Difícil no acordarse
de Gustavo López, el Cuervo, un hombre con categoría suficiente como para
instalarse eternamente en la memoria del celtismo. Fue el último tango que se
bailó sobre Balaídos. Ahora, más de un lustro después, el talentoso extremo
zurdo ha encontrado sucesor en el arte de la gambeta: Augusto Fernández.
Lleva poco tiempo
por tierras gallegas y más de uno ya quiso darlo por muerto el primer día. El
problema fue una falta de velocidad presente en sus piernas, aunque no en sus
pies ni en su cabeza. La ausencia de ritmo competitivo no ayudó, el físico
escondió la calidad. Innegable su carencia de rapidez, los acontecimientos comienzan
a precipitarse cuando controla el cuero. Con el esférico en su poder, el verde
se convierte en cemento y el estadio en una cancha de barrio. Augusto, el
Negro, comienza a marear rivales, a esconder el balón, a sentar enemigos. Lo
hace despacio, a marcha lenta, al ralentí, a ritmo de tango.
No es el argentino
un extremo al uso, sino que responde más bien a la función de interior. Con
capacidad de sacrificio en el aspecto defensivo, Augusto es un futbolista de
movilidad constante pero fútbol al pie. No pierde un balón. Dueño de un alto
nivel técnico, con cualidades para la asistencia y relativa facilidad para el
gol. En Vigo, por estilo de juego, se le puede comparar con Valery Karpin, salvando
las distancias que el pasado y los partidos han establecido. También, se trata
de un futbolista de perfil similar al de Luis Figo: hombre de banda, sin la
velocidad de un extremo corriente, pero con una habilidad para el regate y un
guante en el pie diestro que lo convierten en un peligro desde el costado.
Todavía le queda
por demostrar, pero ya empieza a enamorar. Partidos como el del Getafe ayudan,
pese a que la estelar actuación de Krohn-Dehli y la irrupción de Park lo hayan
dejado en un plano más discreto. El tango vuelve a Balaídos y con que Augusto
baile la mitad de bien que el zurdo que por siempre portará el 11 celeste a la
espalda, el celtismo se dará por satisfecho. No obstante, hay una sutil
diferencia entre ambos. El Cuervo era más chispa, más electricidad. La danza
del Negro es más suave, más pausada, es gambeta al ralentí.




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