Gambeta al ralentí


ALBERTO LIJÓ

El fútbol nace en Inglaterra. La gambeta, en Argentina. Un territorio en el que el balompié alcanza niveles religiosos, un Estado que calmó las penas de una dictadura alrededor de los goles de Kempes y la zurda de Maradona. En la ribera del Río de la Plata, el fútbol se vive de otra manera, con desenfreno, liberando al máximo los sentimientos por un deporte y unos colores que expresan una forma de vida. Pero al mismo tiempo, se juega a cámara lenta, al ralentí, con parsimonia. En el país del tango, el fútbol es una música lenta pero llena de significado, plena de pasión. La gambeta, el regate, es su paso más característico.
   
Hacía tiempo que este vocablo había perdido su uso a orillas del Atlántico. Difícil no acordarse de Gustavo López, el Cuervo, un hombre con categoría suficiente como para instalarse eternamente en la memoria del celtismo. Fue el último tango que se bailó sobre Balaídos. Ahora, más de un lustro después, el talentoso extremo zurdo ha encontrado sucesor en el arte de la gambeta: Augusto Fernández.
   
Lleva poco tiempo por tierras gallegas y más de uno ya quiso darlo por muerto el primer día. El problema fue una falta de velocidad presente en sus piernas, aunque no en sus pies ni en su cabeza. La ausencia de ritmo competitivo no ayudó, el físico escondió la calidad. Innegable su carencia de rapidez, los acontecimientos comienzan a precipitarse cuando controla el cuero. Con el esférico en su poder, el verde se convierte en cemento y el estadio en una cancha de barrio. Augusto, el Negro, comienza a marear rivales, a esconder el balón, a sentar enemigos. Lo hace despacio, a marcha lenta, al ralentí, a ritmo de tango.
   
No es el argentino un extremo al uso, sino que responde más bien a la función de interior. Con capacidad de sacrificio en el aspecto defensivo, Augusto es un futbolista de movilidad constante pero fútbol al pie. No pierde un balón. Dueño de un alto nivel técnico, con cualidades para la asistencia y relativa facilidad para el gol. En Vigo, por estilo de juego, se le puede comparar con Valery Karpin, salvando las distancias que el pasado y los partidos han establecido. También, se trata de un futbolista de perfil similar al de Luis Figo: hombre de banda, sin la velocidad de un extremo corriente, pero con una habilidad para el regate y un guante en el pie diestro que lo convierten en un peligro desde el costado.
   
Todavía le queda por demostrar, pero ya empieza a enamorar. Partidos como el del Getafe ayudan, pese a que la estelar actuación de Krohn-Dehli y la irrupción de Park lo hayan dejado en un plano más discreto. El tango vuelve a Balaídos y con que Augusto baile la mitad de bien que el zurdo que por siempre portará el 11 celeste a la espalda, el celtismo se dará por satisfecho. No obstante, hay una sutil diferencia entre ambos. El Cuervo era más chispa, más electricidad. La danza del Negro es más suave, más pausada, es gambeta al ralentí.

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