El reponedor que hizo cumbre


ALBERTO LIJÓ
La historia deportiva de Cristian Bustos (Petrer, Alicante, 1983) pone en duda el manido «lo difícil es mantenerse». Al mediocentro del Celta le ha costado más que a nadie llegar. Ha tenido que pasar por cinco categorías y ha experimentado en su carne el significado del pluriempleo. Reponedor de almacén en una gran superficie de seis de la madrugada a once de la mañana y futbolista por las noches. 

Admite que en más de una ocasión estuvo a punto de arrojar la toalla, pero una llamada de Subirats para el Hércules de Segunda B le abrió la luz. El sábado pasado cumplió lo que parecía una utopía, debutar en Primera División. «Lo he tenido bastante complicado, hasta que llegué al Valencia no tuve la suerte de estar en un buen filial. Todo fue difícil, pero peleando he conseguido hacerme un hueco», comenta el alicantino sobre su azarosa vida deportiva. De hecho estuvo a punto de dejarlo cuando en el 2003. «Cuando fui al Murcia B, tenía 20 años, había comenzado bien, pero a partir de Navidad tuve una lesión en el tobillo y acabé muy mal, sin jugar y desilusionado, y a partir de ahí ves que no tienes ninguna cosa interesante, que todos son equipos de Tercera y un poco raros piensas en dejarlo». No lo hizo porque el Hércules B llamó a su puerta, también para jugar en Preferente.

Fue entonces cuando tuvo que compaginar su trabajo de reponedor de madrugada y el de futbolista noctámbulo. «Entrenábamos por la noche y yo por las mañanas, de seis a once, trabaja de reponedor cinco horas para completar el sueldo porque no llegaba. Tenía que pagarme mi coche y combinar los dos trabajos, era un poco una locura». Ese esfuerzo tuvo un premio inesperado con el acceso de Subirats, uno de sus padres futbolísticos, a la dirección de Hércules en Segunda B. «Destacaba en el filial -recuerda-, me llamó un miércoles para subir al primer equipo y el domingo jugué de titular, hice un buen partido y el equipo ganó en Tafalla al Peña Sport y ahí fue un momento de ilusión, de coger una fuerza tremenda». 

De hecho comenzó a entrenar asiduamente con el primer equipo y tuvo que dejar su trabajo en el almacén de la superficie comercial. Aquel verano el cuadro alicantino subió, pero el fútbol profesional le dio un nuevo quiebro. Acabó en el Valencia Mestalla de Tercera. Pero intuía que el filial ché «era la oportunidad definitiva» y además en aquellas fechas conoció a la que hoy es su esposa «lo que hizo que mi vida fuese más ordenada y más centrada». En Paterna tuvo al suerte de coincidir con Luis Sánchez Duque como entrenador. «Me ordenó, me orientó y me hizo mejorar tácticamente. Vio que era un chaval sacrificado y me adaptó en el puesto de pivote defensivo».

De ahí al Salamanca, del Helmántico a Balaídos y como celeste a Primera. «En lo personal fue muy especial, un momento que había soñado desde pequeñito pero que hasta hace cinco años veía como una utopía», dice de su debut en la élite. Y aunque ya se llevó la camiseta ya la tiene de recuerdo para casa, espera vestirse de corto muchas veces más en Primera. Aquellos que un día le invitaron a irse de cena vaticinando que nunca saldría en las «estampas» (los cromos) fracasaron. En el caso de Bustos los sueños se hacen realidad. Aunque a cambio de un ingente sacrificio.

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