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Foto: Ricardo Grobas |
El fútbol lo hacen y lo deshacen los futbolistas gestionados por un cuadro técnico. Sobre ellos, justo es, se posarán los focos tras el pitido final. A ellos irán dirigidos los cánticos, los saltos y los brindis. Son los protagonistas del cuento. En la trastienda, con la voz temblorosa, llorará Carlos Mouriño. No fue fácil su desembarco marcado por un descenso. Por las cruces sobre los fieles de Horacio que se fueron marchando con el puñal entre los dientes. Las cuentas, al borde del abismo, que le obligaron una y otra vez a pagar de su bolsillo. El desacierto de la inexperiencia en una selva cruel. Una amarga travesía por el desierto. A Mouriño se le pueden achacar muchas cosas.
Pero ni un tuerto puede dejar de ver, con el paso del tiempo, que se ha dejado el pellejo en el intento. Que volverá a Primera con un club saneado y una plantilla patria. Esta perra vida, con un guión que no hay cuerpo que resista, se ha cebado con su familia de una manera brutal desde que se puso al timón. Cualquiera hubiese abandonado. Pero Carlos resistió, también a costa de su salud, para sacarse ese lastre que condenó su alma celtista aquel fatídico 17 de junio del 2007. Se lo merece, presidente. Ni se imagina cuánto.
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