El sueño de una noche de verano


Foto: Eugenio Álvarez
La recuerdo como si fuese ayer y en realidad han pasado ya 11 años desde aquella final de Copa del Rey del 2001, desde aquel día que supuso un punto y aparte en la historia de este equipo y de esta afición.

Aquel día el sol apretó como nunca, mucho más de lo que la mayoría de los 25.000 celtistas allí desplazados habíamos soportado nunca, uno de esos días en los que hasta respirar molesta, en los que te parece una idea genial meterte en una fuente en mitad de la calle cuando aun no había nada que celebrar.

Pero poco faltaba para tener que hacerlo, porque aquella Copa no se nos iba a escapar. Aquel equipo, poco recordado, era magnífico, con un fútbol menos edulcorado y preciosista que los anteriores pero más trabajado y con más oficio, un equipo que ganó la Intertoto en tres descuentos, que sufrió cada eliminatoria de UEFA y que lloró la injusta eliminación frente al Barça de Rivaldo y un par de colegiados. Catanha haciendo volar su gaviota semana si y semana no, el Jesuli que apuntaba lo que luego no consiguió, Edú, Karpin, un Cuervo que llegó y salió lesionado de Sevilla, el Toto y el Negro, la pareja de centrales más canchera de nuestra historia y la guinda, la magia, la ponía como casi siempre el número 10.

Encima aquel día Mostovoi llevaba el brazalete, tenía una misión, cumplir el sueño que no pudieron hacer ni Yayo en el 48 ni Vicente en el 94, levantar, por fin, un título con la camiseta del Celta. Nadie tenía más ganas que él, cada vez que tocaba el balón en el pequeño Balaídos de la Cartuja vibraba toda la afición y casi se vino abajo cuando apenas empezado el partido el Zar cogió la pelota, se fue de uno, se fue de dos y el balón tocó la red.. tan fácil y tan sencillo que solo un genio podía hacerlo.

Pero no todo iba a ser tan fácil, unos minutos más tarde el gran Xavi Aguado se levantaba más que nadie y de un cabezazo certero ponía el 1-1 en el marcador. Pero cuando todo se volvió negro de verdad, cuando a pesar de los 35 grados un sudor frio recorrió mi nuca, fue en el momento en el que a Berizzo le cogieron la espalda e hizo un penalti. Todo empezó a ir a cámara lenta en el ese instante. Cogió la pelota Jamelli, da uno, dos, tres, cuatro pasos, le pega duro, seco, abajo, donde duele, a la derecha de Cavallero y de repente, de la nada, aparece esa mano milagrosa que vale un título, apenas la roza pero lo justo para mandarla al palo y que Berizzo la mande lejos. Fue el no-gol más celebrado que yo recuerdo. ¿Que habría pasado si Cavallero se hubiese lanzado a su izquierda? Por suerte ya nunca lo sabremos. Años después el propio portero argentino renoció que se iba a lanzar a su izquierda, pero que en el último instante algo le hizo cambiar de idea.. hay quien dice que fue una gesto de Jamelli, otros pensamos que fue el gran Simón desde el cielo.. eso tampoco lo sabremos nunca.

Desde ese momento el Celta se vino arriba, se fue a por el partido, pero hubo que esperar hasta la segunda parte, hasta el minuto 69, cuando el genio volvió a frotar la lámpara. Estaba de espaldas a la portería, casi en la esquina del área pequeña, de un toque sutil con el tacón deja en evidencia a Rebosio y Aguado, entre él y la gloria ya solo quedaba Lainez y con su diestra mágica la puso en la escuadra, más a la escuadra que nunca.. a Lainez solo le faltó aplaudir, a mi solo me faltó llorar.

Después vinieron los minutos en los que más he sufrido en mi vida, pero era cuestión de tiempo, un Zaragoza volcado dejaba huecos atrás que el Celta iba a aprovechar. Todo se acabó en el 84, la pelota le cayó a Benni que levantó su cabeza y se la puso rasa a Mostovoi en la frontal, que sin pararla y ante la salida de Lainez la picó por encima para cerrar con un hat-trick su noche más gloriosa. En ese momento lloré, no se si de alegría, por sacarme un peso de encima o por Vicente y Yayo, solo se que lloré.

El resto de la historia ya os la sabéis, aquel día nos sacamos el traje de equipo pequeño y perdedor que en los grandes momentos siempre se venía abajo, aquel día descubrimos que podíamos ganar. Aquella Supercopa se nos escapó, pero toda España vio el gol de Raúl en fuera de juego que puso el 1-1 en Balaídos, pero la UEFA del 2002.. en fin, esa ya es otro historia.

Y aquí estoy yo, 11 años después, no hace tanto calor, el justo para que esté tomando algo en una terracita de Balaídos mirando fijamente la estatua que preside la rotonda que hay frente a Marcador, la de Mostovoi con el brazalete en su brazo izquierdo levantando aquella Copa del Rey. Seguramente hay quien me dirá que todo esto solo son palabras, los desvaríos de un soñador, pero ya saben, los sueños son inmortales ante los ojos de quien en ellos cree.

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