Recuerdos coperos


Foto: goal.com

Desde que soy aficionado/adicto al fútbol en general y seguidor incondicional del Celta en concreto, he tenido cierta predilección por el llamado “torneo del K.O.”, nombre que hoy en día, por la supremacía de ciertos equipos y las diferencias presupuestarias entre clubes tiene cada vez menos sentido. Las razones son obvias: la Copa es el torneo, tradicionalmente, de los clubes más pequeños. Es en esta competición donde casi todos los equipos tienen sus opciones de llegar lejos y, por qué no, hacerse con el título. El Celta, como todos sabemos, lo rozó con la yema de los dedos en tres fatídicas ocasiones, la más triste de todas ellas no hace mucho. El caso es que lejos de aquella tragedia, mis recuerdos de la Copa son bonitos y entrañables, llenos de nostalgia de un fútbol que desgraciadamente ya nunca volverá y que despertaba una sonrisa en mi alma futbolera.

El recuerdo más pícaro proviene de mi yo infantil: el hecho de jugar partidos entre semana desafiaba a mi conciencia de estudiante responsable. Me gustaba ir a Balaídos entre semana, sabiendo que al día siguiente me esperaba el colegio y con él las discusiones futboleras y el orgullo por decir que “yo estuve allí y menudo partidazo”. Eran noches mágicas, noches en las que la emoción saltaba a la vista a pesar de enfrentarte qué se yo, a un Tercera o un Segunda B en teoría muy inferiores. Y no solo de Balaídos va el cuento: enfrentarte a equipos (muy) humildes en campos pequeños y casi de otro tiempo hacía recordar que el fútbol, al fin y al cabo, empieza en los campos de tierra y césped artificial. Es por eso que la Copa es un camino tan satisfactorio, un camino lleno de piedras y campos de patatas que, para algunos, finaliza en el mejor de los sueños. Es fútbol en estado puro.

En mi retina se quedaron partidos inolvidables, algunos recientes y otros no tanto. Rescato por encima de todos ellos la semifinal contra el Barça en el año de la tragedia en la Cartuja. Una semifinal que venía auspiciada por las mieles de la venganza tras el robo (uno de los más grandes que yo recuerdo) en los cuartos de la UEFA contra el mismo equipo, dirigido por un Serra Ferrer que se ganó nuestros más profundos odios. La ida se jugaba en Balaídos y el sueño de la final lo había puesto más cerca Catanha con un cabezazo de los suyos en tierras mallorquinas en la vuelta de los cuartos de final. No se nos podía escapar. Así que nos plantamos ante aquel Barcelona dirigido por Rivaldo y en el que destacaba un jovencísimo Simao con todas las esperanzas de llegar a la gran Final. Precisamente el portugués anotó el primer gol del partido a los 6 minutos que metía el miedo en el cuerpo a la afición, que ya presagiaba la enésima decepción.

Pero aquello fue un espejismo: el Celta fue tan superior que los goles estaban por llegar. Y así fue. Al borde del descaso Berizzo (qué jugador) enganchó un zurdazo de falta al borde del área que sorprendió a pepe Reina. Gol de esos psicológicos, y tanto. A la vuelta de los vestuarios y a los cinco minutos Mostovoi cabecea a la red la confirmación de la remontada y veinte minutos después Jesuli sentencia el partido y prácticamente la eliminatorio. No se nos podía escapar. La vuelta, aunque llena de nervios, fue más plácida de lo esperado. Otra vez Berizzo exaltó nuestros corazones con un cabezazo a la red que abría el marcador y, posteriormente, Kluivert empataría el encuentro. Pero ya estaba. El Barça jugó contrarreloj y el Celta a sabiendas de que el trabajo estaba ya casi hecho. El árbitro pitó el final y la alegría se desató. Dos de las noches coperas que recuerda un servidor con más cariño.

Los años pasaron y nunca más volvimos a alcanzar una semifinal. Hace dos temporadas lo rozamos con las manos pero el enésimo robo, esta vez perpetrado por Pérez Lasa a favor de un Atlético de Madrid muy inferior en una de las eliminatorias más bonitas e inesperadas de los últimos años, nos despertó del sueño de poder pisar otra antesala a la gran Final. Pero quién sabe, quizá este año suene de nuevo la campana y nos veamos situados en un escenario inesperado ante equipos de la élite. Ojalá. De momento el camino comienza hoy contra un Espanyol que, a pesar de los problemas económicos, está creciendo mucho estos años. Yo iré a Balaídos. Como siempre, pero al ser Copa con un gusanillo especial. 

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