El portero que se convirtió en delantero


Foto: www.sport.es
Lo recuerdo perfectamente, como si hubiera sucedido ayer. Nos encontrábamos la plantilla del Alevín A del Ureca al completo, disputando el típico partidillo de final de entrenamiento en el pequeño campo de la entidad. De pronto surgió una figura conocida, a la que muchos admirábamos y adorábamos en aquellos tiempos porque con su calidad futbolística había ayudado a convertir a nuestro equipo (por aquel entonces prácticamente todo el mundo era del Celta) en una referencia tanto a nivel nacional como internacional.

A ambos lados de Mazinho caminaban dos chicos, uno espigado y el otro más bajito, los cuales venían a realizar una prueba para ingresar en el club. No hizo falta más que dos jugadas, donde el primero finalizó magistralmente el pase en profundidad del segundo, para que nos diésemos cuenta de que eran totalmente distintos a todo lo que habíamos visto hasta ese momento. Hablaban portugués y se rumoreaba que eran primos, aunque realmente solo eran viejos amigos de una infancia de fútbol en Brasil. Sus nombres: Rodrigo Moreno y Thiago Alcántara.

Muchos nos frotábamos las manos, conscientes de que con ellos en el plantel, la conquista del campeonato de liga iba a ser pan comido. Pero al final del entreno nos llevamos un chasco. Tanto Rodrigo como Thiago, un año mayores en edad que nosotros, jugarían con el Infantil, un equipo al que harían campeón a nivel gallego, arrebatando por primera vez el trono a un Celta que sucumbió por 3-4 en A Madroa en un choque en el que Thiago deslumbró, volviendo loco a un tal Hugo Mallo. Por idéntico resultado vencieron también al Real Madrid en un torneo en Lugo, con una nueva exhibición del ahora jugador barcelonista.

El consuelo para los de mi quinta vino tiempo después. Con Thiago y Rodrigo brillando en el Infantil, al Alevín llegó el hermano pequeño del primero, un año menor que nosotros. Con sudadera, pantalón largo y unos guantes bajo el brazo se colocó en la portería, donde no lo hacía nada mal. Alternaba fines de semana con el equipo B, de su misma edad, y entrenamientos y algún que otro torneo con nosotros. Poco a poco, todo el mundo, incluso él mismo, se fue dando cuenta de que su lugar no estaba bajo los palos. Zurdo, con una calidad exquisita y una velocidad y verticalidad endiabladas, terminó por renunciar a un fútbol con las manos para usar única y exclusivamente los pies. Sin duda, acertó.

Dos años más tarde, ya con Thiago y Rodrigo en los cadetes de Barça y Celta respectivamente, iniciábamos nuestro segundo año como infantiles. Ese antiguo portero que ahora era jugador, ese al que prácticamente todo el mundo conocía como “el hermano de Thiago”, pasó a formar parte, a todos los efectos, de nuestra plantilla. Rafa era un chico simpático, alegre, vacilón y divertido. Jugaba en casi todos los puestos, generalmente con resultado óptimo, aunque donde más destacaba era en zona ofensiva y pegado a la banda izquierda. Cúmulo de regate y desborde, a veces un poco “chupón”, era un puñal por el costado.

Pero, como suele decirse, las comparaciones son odiosas. Aunque su nivel era muy alto, parecía indudable que su hermano Thiago estaba varios escalones por encima. Nuestro equipo cayó en liga frente al Celta y sucumbió en Lugo ante el Real Madrid de Morata; y Rafa, quien, realizó grandes partidos, nunca dio la sensación de ser tan decisivo como Thiago. Nadie dudaba de su calidad, pero todos nos sorprendimos cuando al año siguiente se marchó a La Masía con su hermano. ¿Le quedaría grande?, ¿conseguiría triunfar como un Thiago que ya por aquel entonces parecía que iba a llegar lejos?

Hoy en día, las preguntas de aquel momento parecen absurdas. Es evidente que en Barcelona supieron explotar al 100% sus cualidades. Comenzó en el mediocentro, igual que su hermano, pero se terminó demostrando que era un tipo de futbolista muy diferente. Rafa, o Rafinha, es un jugador mucho más vertical, más goleador, menos combinativo. Una gran evolución de su poderío físico, unida a su calidad y velocidad, hicieron de la banda izquierda su hábitat natural hasta que, en las últimas temporadas, tanto Luis Enrique como Eusebio optaron por situarlo en la punta de ataque. El resultado: es el máximo goleador de uno de los conjuntos más realizadores de Segunda y acaba de firmar una renovación con el Barcelona por dos años.

Ahora ya nadie lo conoce como “el hermano de Thiago”. Aunque sigue siendo un buen tipo que te saluda por la calle sin ningún tipo de problema, se ha ganado un nombre y el respeto del gran público. Posiblemente lo veamos pronto vistiendo la elástica azulgrana en el primer equipo, junto a su hermano y a los megacracks que componen la plantilla de Guardiola. Mientras, le toca seguir brillando en un filial que este sábado se enfrenta a nuestro Celta, en un duelo en el que esperemos que no esté muy acertado. Y es que, como tenga el día, el portero que se convirtió en delantero, nos la puede liar.

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