Paco Herrera afronta su segunda temporada como capitán del barco celeste. Tras una larga travesía por mares de altura durante el otoño y el invierno, la primavera trajo consigo un fuerte oleaje que hizo aminorar la marcha del buque vigués; campeando el temporal como se pudo, el timonel catalán consiguió recuperarse para la batalla final. Sin embargo, el objetivo se desvaneció de forma trágica en los mares de Granada, devolviendo al barco a las inmensidades del océano de la Segunda División, donde navega atrapado desde hace cinco años.
El verano en el camarote ha sido movidito. Han llegado nuevos refuerzos para la tripulación: Bermejo, Insa y Oier trataran de aportar su granito de arena para tomar tierra firme; por otro lado, Falcón y Michu han saltado por la borda en busca de nuevos horizontes. Mientras los galeones del fútbol español han desoído sus llamadas de socorro, el primero de ellos se ha unido a un barco rival procedente de Alicante, mientras que el pirata asturiano sigue nadando entre dos aguas, cada vez más falto de fuerzas, deseando incluso que su antiguo capitán vuelva a por él.
Bajo éstas circunstancias el patrón Herrera trata de que, en estos primeros días de la nueva etapa, el barco empiece a tomar impulso. Como hemos dicho, la tripulación sigue siendo la misma, y el objetivo tampoco ha variado. El navegante catalán es consciente de que, este curso, el nivel de exigencia será mayor. Tras devolver las esperanzas a un grupo entristecido, convertido en los últimos tiempos en un naviero fantasma que parecía anclado en tierra de nadie, esta temporada toca desprenderse de la vitola de sorpresa y vestirse la indumentaria de favorito al ascenso.
Su primer año al mando del timón se puede calificar como muy bueno. Durante gran parte del viaje supo manejar a la perfección las distintas situaciones que le planteaba la mar, dibujando un nuevo estilo de navegación que, durante dos tercios de la travesía no conseguía encontrar rival. No obstante, en la recta final, surgieron las complicaciones, y el telescopio de Herrera pareció estropearse, pues cada vez el destino final era más borroso. Mostró una lenta capacidad de reacción y, en cierto modo, una mala planificación de la odisea, pues la tripulación llegó a los mares finales con escasa fuerza en sus piernas. Finalmente, con un ligero cambio de estrategia, reduciendo el número de cañoneros e incrementando a la infantería, pareció volver a encontrar el rumbo. No obstante, su pésima puesta en escena en Granada, donde se olvidó de sus mejores marineros, supuso el ocaso del sueño celeste.
En este nuevo viaje que comienza, las esperanzas y la confianza vuelven a estar depositadas en él. Sin olvidar las virtudes mostradas y corrigiendo los defectos, no debe haber dudas de que la nave celeste volverá a surcar las aguas altas de la categoría. Confiamos en el capitán Herrera para que nos devuelva al puerto del que nunca debimos partir. Bajo su mando, regresaremos a la tierra prometida.

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