El colibrí israelí que sobrevoló Liverpool


Suele decirse que la magnitud de los futbolistas está ligada a su actuación en los grandes partidos. Es en esos duelos estelares, llenos de emoción y tensión por la trascendencia de lo que hay en juego, cuando un jugador tiene la oportunidad de deshacerse de la etiqueta de buen futbolista para colgarse el cartel de estrella. Sólo en esos encuentros puede uno ganarse el calificativo de leyenda, pues nadie lo va a recordar por anotar 40 goles en partidos intrascendentes, sino por marcar el tanto decisivo, en el momento clave y en el lugar oportuno. Es lo que diferencia a los cracks de los jugadores corrientes.

Cualquier futbolista, en alguna ocasión, ha dibujado en su mente una escena parecida, un momento en el que un gol o una jugada suya resolviese un partido decisivo. Y lo hace otorgándole al sueño una dimensión temporal y, sobre todo, espacial. Suele elegir el mejor de los escenarios, un estadio mítico donde el fútbol sea considerado una religión y cuyas gradas hablan el lenguaje universal del balón. De todos los escenarios posibles, Revivo eligió Anfield.

El futbolista israelí, el primero que jugó en nuestra Liga, llegó al Celta como un completo desconocido y se marchó como una auténtica estrella. Con permiso de Gustavo López, no ha habido una zurda semejante en Balaídos. Su exquisita técnica y velocidad endiablada hicieron estragos por la banda izquierda del coliseo vigués; se recuerdan pocos jugadores con el desborde de Revivo, quien, además, acorde con el número que portaba en su espalda, el 9, también se destapó como un notable goleador. De todos los tantos que anotó, sin duda, el más recordado será la maravilla de la ciudad del Mersey.

Makelele roba la pelota en el campo del Celta. Ante la entrada de un rival toca a Mazinho quien devuelve a la primera. La pared es limpia y Makelele recibe solo y envía un pase en profundidad hacia la banda izquierda. Por ahí, como una flecha, arranca el “colibrí israelí”. Revivo conduce la pelota con una velocidad vertiginosa hasta el área del Liverpool. En el pico del área deja sentado al primer defensa “red” con un regate hacia adentro; posteriormente, “croqueta” antológica para zafarse del segundo zaguero que sale a su paso y finalizar con la derecha al palo largo del portero. Pocas veces el celtismo celebró tanto un gol. Anfield había capitulado ante la magia del juego celeste y, sobre todo, ante la calidad de fantástico jugador israelí.

No obstante, afortunadamente, la historia de Revivo en el Celta no se resume con ese gol. Ofreció multitud de tardes mágicas de la mano de sus amigos de faena: Mostovoi, Karpin, Mazinho… Juntos ayudaron a construír al mejor Celta que se recuerda y que, posiblemente, se recordará.

Asimismo, Revivo también aportaba un carácter exótico al plantel. Su profunda religiosidad judía hacía que, una vez al año, tuviese que ausentarse para la realización del Yom Kippur (la fiesta judía del perdón). En una ocasión el Celta se vio obligado a adelantar unas horas un partido para que el jugador israelí pudiese disputar, al menos, el primer tiempo y después marcharse a rezar.

Todavía hoy, en esas habituales charlas nostálgicas de los celtistas, donde se recuerda que todo tiempo pasado fue mejor, sale a la palestra el nombre de Revivo. Su calidad tardará mucho tiempo en ser olvidada por el aficionado celtista; puede incluso que, dentro de unos años, nadie recuerde su nombre. Sin embargo, su gol en Anfield será eterno. ¡Grande Revivo!

Moi Celeste

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