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Foto: RC Celta |
Ilaix Moriba llega a Vigo con precedentes preocupantes sobre su comportamiento, pero con un talento indudable, que le llevó a debutar con el Barcelona siendo apenas un adolescente. Muchas veces damos por hecho que todos los jugadores jóvenes que llegan a la élite a una edad tan temprana van a saber gestionar su éxito, pero realmente no es fácil. Basta con imaginarse como sería nuestro comportamiento con esas edades para darse cuenta de lo complicado que puede llegar a ser.
El mundo del fútbol está lleno de juguetes rotos, pero la madurez de ir cumpliendo años en muchas ocasiones sirve para mejorar el rendimiento individual de estos futbolistas. En el caso de Ilaix tomó en el pasado alguna decisión que el tiempo demostró no ser acertada. Su traspaso al RB Leipzig, que llegó tras un acuerdo firmado con su representante es un buen ejemplo. A partir de ahí su carrera no se ha relanzado, sino más bien todo lo contrario.
El Celta arriesga con su contratación, aunque el jugador llega cedido, lo que reduce en cierto modo este riesgo, pero igualmente el cuerpo técnico del club tiene el reto de recuperar a un futbolista que si está centrado puede aportar mucho al juego del equipo. No solo los técnicos, también los compañeros tienen peso en esta mejoría, y ahí entra la figura de Óscar Mingueza, un jugador con el que coincidió Ilaix Moriba en el Barcelona, y que ha estado muy cerca del guineano en su primer entrenamiento como jugador del Celta.
La figura del catalán adquiere una mayor relevancia, al menos en estos primeros días, durante el proceso de aclimatación del nuevo fichaje. Luego irá encontrando su sitio en el vestuario, y es posible que Mingueza deje de ser fundamental, pero a día de hoy será el principal apoyo de un futbolista que si cae de pie puede ser muy importante para el proyecto de Giráldez.
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