No podemos olvidar de dónde venimos


Foto: Aitor Alcalde / Getty Images

Escribió Rubén Darío en su poema “Lo fatal” “¡Y no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos!”. El magnífico poeta nicaragüense sabía cosas, pero no tantas como Rafa Benítez, que en un tono más prosaico solía recordar en sala de prensa que "no podemos olvidar de donde venimos", como justificación para cada traspiés del Celta. Y no fueron pocos.  

Cuando los errores arbitrales dejaron de aparecer, y citar a la mala suerte ya le daba vergüenza hasta a él, optó por recordar de dónde venía el Celta, y de paso señalar que debemos dar gracias por estar en Primera y salvarnos de forma lamentable, aunque haya diez equipos que tienen un presupuesto menor.  Luego ya pasó a criticar directamente a la plantilla, y ahí pinchó en hueso, como cuando le preguntaban a él por la cantera. Por ahí ya no pudo pasar Marián. Si le tocan a las vacas sagradas paga con gusto cualquier indemnización, por millonaria y obscena que sea. Y la paga porque la firmó y Benítez no se planteó, y con razón, si estaba en sus plenas facultades cuando le ofreció aquella millonada. 

Y como lo de firmar a un entrenador de reconocido nivel que no ha hecho nada en la última década para merecer ese salario galáctico no acabó de funcionar, optó por el volantazo, que es lo mismo que haría Andrea De Cesaris en cualquier situación de estrés. Con la cartera como un erial, optó por Claudio Giráldez, en una decisión que puede ser acertada y que demuestra que hasta un reloj parado acierta la hora dos veces cada día.  Al menos es lo que hacían los relojes antes. Ahora, cuando se quedan sin batería son lo más parecido al actual Benítez. 

Nada que ver con Giráldez, que con su inseparable botella de agua ha sido un soplo de aire fresco para el celtismo. El equipo voló en Sevilla, y aunque  hay muchas cosas que ajustar, la primera la espalda, porque cada vez que nos la ganaba el Sevilla lo que dolía no era la espalda de los centrales, sino nuestros corazones. Son pequeños detalles a trabajar, pero da gusto ver cómo juega este equipo, con chicos de la casa, con jóvenes descarados que no tienen miedo a nada, y un entrenador que no alimenta sus temores a fracasar. La cantera no necesita que alguien le recuerde constantemente que puede equivocarse, necesita alguien que le invite a triunfar. A intentarlo, y a hacerles ver que esto solo es un juego. 

Y habrá quien piense que la euforia que está viviendo el celtismo en los últimos días es desmedida. Y seguramente desde un punto de vista objetivo tendrá toda la razón del mundo. Lo del domingo sólo ha sido una victoria, que además podría haberse torcido porque el fútbol es tan caprichoso que no siempre traslada al marcador lo que se ve en el terreno de juego. Lo que no pueden cambiar los avatares del fútbol son las ideas, y ha sido eso precisamente lo que ha seducido al celtismo. 

Y nos ilusionamos porque, como diría Benítez, no podemos olvidar de donde venimos, y aunque como Rubén Darío, tampoco sabemos exactamente a dónde vamos, es imposible olvidar estos últimos meses de racanería futbolística, excusas, siestas a la hora de los partidos, y sobre todo, muchas derrotas.  O mejor dicho, estamos deseando olvidarlo. 

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