La inexplicable suplencia del Tucu


Foto: Atlántico Diario
Cuanto más veo jugar al Tucu más me cuesta entender su suplencia en determinados encuentros. Es evidente que Juan Carlos Unzué sabe bastante más de fútbol que yo, y sigue a diario al internacional chileno en los entrenamientos, amén de tener mucho más claro que yo lo que el equipo necesita en cada partido, entre otras cosas porque ese es su trabajo. 

Pero cuando alguien profano como yo ve jugar a Pablo Hernández no acaba de entender cuál es el motivo real por el que tantas veces se ha quedado fuera. El de Tucumán formó el año pasado una pareja estable con Radoja, pero la llegada de Lobotka deshizo el dúo. El eslovaco se ganó muy pronto la titularidad, ayudado inicialmente por la lesión de Radoja y luego por su gran rendimiento. 

Cuando el serbio regresó Unzué tuvo que tomar decisiones, y sacrificó en muchas ocasiones a Pablo Hernández. Es evidente que Radoja tampoco se merece ser suplente, pero solo pueden jugar once y parte del trabajo de un entrenador radica precisamente en elegir a los mejores en cada partido. El sábado volvió al equipo titular y mereció la pena. Fue uno de los mejores del equipo, por detrás de Sergio y Aspas, y lo certificó con dos pases de gol que aprovechó el moañés para sentenciar al Sevilla. 

Resulta difícil intuir un Celta sin Pablo Hernández. Lo que aporta, al margen de las asistencias que pueda dar, es un trabajo incansable en el centro del campo, buena distribución, recuperación, sacrificio, y por supuesto un carácter que le viene bien al equipo. Por eso, desde fuera, resulta tan increíble su suplencia. 

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