Atrapados en la autoexigencia


Foto: Óscar Vázquez/La Voz de Galicia
El Celta volvió a jugar esta semana en lunes, otro partido más en un horario complicado, pero aún así no parece justificable que poco más de 11.000 espectadores acudiesen a Balaídos para ver al equipo en un partido que podía suponer el reenganche a la lucha por las plazas europeas. 

El divorcio entre la afición y el equipo parece evidente. Los motivos pueden ser muchos, pero es evidente que existe un descontento entre el celtismo que en ocasiones resulta difícil de entender. Son muchas las excusas para no poder ir. El frío, los horarios, los precios, el aparcamiento, etc. Son muchas las excusas, pero siempre debe haber un motivo que prime por encima de los demás: Juega el Celta. 

Y eso, por las razones que sea, está pesando bastante menos este año que otros. El descontento ya se palpaba durante el verano, y bastaron una serie de malos resultados para que se escenificase en Balaídos. Pero el descontento no solo se manifiesta en aquellos que no quisieron o no pudieron ir al estadio, sino también entre aquellos que acudieron con la desidia del funcionario. 

Bastó un gol del rival para que los murmullos de la primera mitad se convirtiesen en pitidos, y ni tan siquiera la última media hora, con un equipo entregado en busca del gol, bastó para que la afición saliese contenta del estadio. ¿Por qué?. Francamente me cuesta entenderlo, aunque puedo interpretarlo. Pero aquellos que ahora están decepcionados deberían trasladarse a no hace mucho tiempo para valorar lo que ahora tenemos. 

No hace falta ir muy lejos. Basta con desplazarse menos de 200 kilómetros hacia el norte. El Celta pelea por Europa, con la salvación encaminada, con una situación económica envidiable y un crecimiento potencial evidente. En A Coruña tienen un equipo que ha mejorado su situación económica, que aún sigue siendo un tanto precaria, y pelean por la permanencia solo porque este año hay cuatro equipos muy por debajo del nivel exigible.  No ganan desde el 9 de noviembre, y solo han conseguido el 23% de los puntos. El Celta dobla su puntuación, y sin embargo estamos tan enfadados en Vigo como lo están allí con su equipo. 

¿Es esta una situación normal?. Francamente creo que no. Puede que el Celta no sea la Brasil de 1970, ni la Hungría de Puskas, pero al menos tiene una propuesta que apuesta por el juego bonito. Luego se puede conseguir o no, pero decir que este equipo no juega a nada es puro pesimismo. Este equipo tiene claro a lo que juega, otra cosa es que salga siempre, pero si observamos el resto de equipos, deberíamos estar satisfechos de al menos intentarlo. 

En los últimos tiempos se acusa a aquellos que no vemos un drama en la situación del Celta, de ser conformistas, incluso he llegado a leer que somos borregos. Evidentemente nadie debe conformarse con lo que le den, está bien exigir, pero sin hacerse daño. Y a día de hoy, gran parte del celtismo está haciendo más mal que bien por una autoexigencia totalmente exagerada. Irreal y utópica, como lo es pensar que este equipo está obligado a pelear por la Champions y además divertirnos en cada partido. 

Debe ganar y además tiene que ser superior al rival. No vale ganar sin merecerlo, pero si pierde después de ser mejor tampoco se le perdona. Queremos ser el Barcelona de Guardiola, pero somos el Celta. El Celta. Y no hay nada más grande que ser del Celta, con todos los errores que pueda cometer Unzué, Mouriño, y hasta Aspas, que a veces, por extraño que parezca, también hace cosas mal. El Celta está por encima de todo eso, y una cosa es citar los errores, dar cuenta de ellos, y otra cosa es la negatividad que muchos, sin mala intención, contagian al equipo. El fútbol se creó para divertirse y evadirse de los problemas,  no para sufrir. Para eso ya está la vida. 

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