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Foto: Juan Herrero |
Dieciséis años sin ganar en un estadio son muchos, por mucho que en alguna temporada no hayan coincidido en la misma categoría, es innegable que hay una larga historia por detrás de frustraciones y malos resultados. Incluido aquel partido de 2007 cuando el gol olímpico de Gustavo López no fue suficiente para que los tres puntos, y la esperanza de la salvación, viajasen a Vigo. Aquel día Stoichkov comenzó a hablar de la siguiente temporada en Segunda. Quedaría aún la esperanza viva hasta la última jornada pero el búlgaro fue el primero en saber que aquella tarde en Anoeta todo se había acabado.
Desde entonces, ya fuese en Primera o en Segunda División, la derrota o como mucho el empate era el sino del Celta en un estadio que se ha ido complicando con el paso de los años. No fue suficiente ponerse 1-3 hace dos temporadas, con sendos partidazos de Rafinha y Álex López. Ni así. La expulsión de Fontàs hundió a un equipo que acabó entregando la cuchara ante un Vela pletórico. Incluso en 2006, cuando el Celta logró su gol 2.000 en Primera División y se clasificó para la UEFA en este partido, tampoco pudo ganar.
Así que los aficionados célticos que ayer estaban, como casi todos los años, en el fondo de la portería hacia la que atacó el Celta en la segunda mitad, ya pronosticaban otro viaje de regreso infeliz, cansados tal vez de celebrar goles que a la postre son insuficientes. Pero no, ayer estaba el Tucu, y les hizo un poco más felices. Cierto que no se mide la felicidad solo en el resultado, pero seguro que el retorno de los guerreros célticos de la grada, fue, al fin, totalmente feliz.
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