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Foto: EFE |
Santi Mina regresó a Balaídos por vez primera desde que el pasado verano fichase por el Valencia, que pagó 10 millones de euros por su cláusula de rescisión para llevarse al jugador a Mestalla. Se esperaba con cierta expectación su regreso, ya que en su salida no tuvo el comportamiento más acorde a las circunstancias que lo rodearon. En todo caso, defectos de juventud, y cierta ausencia de asesoramiento pueden ser las responsables de sus errores.
El celtismo, ya durante la presentación del futbolista, se dividió entre los que aplaudían al jugador canterano que dejó 10 millones de euros en la caja del club, y aquellos que tenían en mente al jugador corriendo por Peinador en busca de un vuelo hacia Valencia nada más cerrarse el acuerdo.
Cuando en la segunda mitad entró al terreno de juego, volvió a repetirse la misma dualidad. Pitos y aplausos, que se tornaron únicamente en silbidos cada vez que el vigués tocaba el balón. Su actuación no fue muy destacada, si bien cuando entró al campo ya estaba más que decidido el resultado del mismo. Con todo, lo intentó con el empeño que en él es habitual, aunque no estuvo excesivamente afortunado.
El paso del tiempo suavizará su recuerdo. No estuvo fino cuando dejó el Celta, y hoy, en parte, pagó por ello, pero no se le estarán recordando sus declaraciones toda la vida.
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