La nube tapó al sol


Foto: José Lores

Hacerse mayor mola, pero tiene su parte negativa. Más que mayor, importante. O favorito, que se diría en la jerga futbolística. Los años y actuaciones como la del 4-1 al Barça han convertido partidos como el Celta-Getafe en obligaciones. Saben mal las tablas porque se deja de ganar un punto para perder dos. A eso debe acostumbrarse el Celta, cómodo en la piel de cordero, pero novato todavía con el disfraz de lobo. Unos cuantos Getafes pasarán por Balaídos de aquí al final de liga. Si hubiera una receta para derrocarlos, no sería muy diferente a la de anoche. Quizás cambiaría el acabado, la presentación que dirían en Masterchef. Los ingredientes fueron los correctos y el cocinado el adecuado. Faltó esa brillantez y precisión en los últimos metros para alcanzar el sabor deseado. Al final queda en la boca esa sensación agridulce, otrora sabrosa, pero ahora decepcionante. Se ha mejorado el paladar y por eso sumar ya no llega.

Fran Escribá ha visitado Balaídos en tres ocasiones como entrenador rival. En todas ellas, el guión de los partidos ha transcurrido por el mismo sendero. Y en todas ha llegado satisfecho a la sala de prensa. Orden, orden y más orden. Así consigue plantear encuentros ariscos al Celta. Y a donde no llega lo propio, alcanza la suerte. Dos veces con el Elche y una con el Getafe no ha merecido puntuar. Lo ha hecho siempre. Logra que los locales no lleguen cómodos a los últimos metros e incita al error. Coincide que nunca es la tarde más lúcida de los locales ni del cuarteto arbitral. Un gol anulado a Mina, un penalti inventado y otro obviado. El embrujo del buen técnico valenciano continúa.

Al Celta no le bastó con la delantera del mojón. Aspas se encontró con el poste, Nolito con Guaita y Orellana consigo mismo. El chileno es el jugador más desequilibrante del equipo, pero el que peor decide. Con un balón en los pies es capaz de girarse, evadir contrarios y generar superioridades. Nadie tiene esa capacidad a semejante nivel. Ni Nolito. La pena es que no pueda transformarse en el sanluqueño en la fase final de la jugada, donde se regala una asistencia o se hace un gol. Le cuesta un mundo tomar la alternativa correcta en el balcón del área. Si no fuera así, probablemente no estaría en el Celta.

Por detrás reinó el Tucu. Radoja mitigó la ausencia de Augusto y la defensa solventó sin apuros el reducido trabajo que se le presentó. Cabral se bastó para dominar el cotarro. Mención aparte merece Pablo Hernández. En sus mejores minutos como celeste, se acercó a lo que la grada espera de él. Necesitará más días como este para convencer a todos, especialmente a los que no tienen ninguna intención de hacerlo. La ceguera no es amiga del fútbol. Y no la de ojos, con la que se puede llegar a ver un partido, sino la de mente. Que el Tucu no haya estado al nivel que debiera no justifica el murmullo constante incluso cuando sí lo está. 

Todo terminó en el área del Getafe, por donde pululaba un Bongonda deseoso de aprovechar sus 3 minutos de gracia. No agotar los cambios o realizarlos a última hora es una decisión discutible. Hacer uno en el 90 cuando tu intención es ganar el partido es sencillamente incomprensible. Nada nuevo bajo el sol.

Un sol que brilla, pero que fue cubierto por un nubarrón. Fran Escribá tiene esa habilidad cada vez que pisa Balaídos. No le bastó esta vez al Celta con una buena versión. Escaseó la efectividad que sobró otras veces. Toca descansar y tratar de repetir secuencia después del parón. Visitar Villarreal y recibir al Real Madrid pinta tan gris como viajar al Sánchez Pizjuán y esperar al Barcelona. Quizás no para el Celta, al que le gusta la piel de cordero. Es ante las grandes borrascas, donde consigue brillar más intensamente. 


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