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Foto: Lalo R. Villar |
El cerebro del fútbol solo tiene memoria a corto plazo. Los recuerdos del pasado se difuminan con los hechos del presente. Se analiza el último partido para obtener un diagnóstico global y eso suele generar errores. Además están los resultados, que son los que marcan el porvenir de los protagonistas, máxima que se aplica de forma estricta con los entrenadores.
A Berizzo le fue bien en el inicio del campeonato. Demasiado bien incluso. Los resultados acompañaban un juego espectacular y le convertían en el mesías que debía guiar al celtismo hacia cotas inimaginables hace apenas unos meses. Pero el dios del fútbol se enfadó con el “Toto” y le condenó a una travesía por el desierto en forma de 725 minutos sin marcar un gol, con seis derrotas consecutivas, y muy cerca de un récord histórico que avergonzaría al celtismo.
El crédito de Berizzo se redujo a límites insospechados, y tocó fondo en el encuentro de Copa del Rey frente al Athletic. Ese día ni los jugadores ni el entrenador estuvieron finos y Balaídos se hartó. Hacía falta un partido como el del sábado para que la afición volviese a creer en un proyecto que demostró estar muy vivo. El Celta fue mejor que el Valencia, que pugna por la Champions League. Le pasó por encima y debió ganar con comodidad.
Otra vez el dios del fútbol no estuvo del lado de Berizzo, pero al menos sí le permitió ganar crédito. Su planteamiento fue impecable y solo faltó que los jugadores estuviesen más acertados en la finalización. Solo eso, porque lo demás fue casi perfecto. Ahora tiene por delante dos partidos lejos de Balaídos ante dos rivales por la permanencia como son el Espanyol y el Getafe.
El preparador argentino llega a estos encuentros con cierto crédito, pero sin olvidar que la distancia con los puestos del miedo no es demasiado grande. Otra prueba de fuego para el entrenador, objeto permanente de estudio por parte de la afición. No es algo nuevo, es tan antiguo como el propio fútbol.
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