La fe salva un punto


XOÁN CARLOS GIL

Empate de oro. Igualada sufrida y sudada hasta el minuto final en un partido de guión alocado. Punto valiosísimo a pesar de los errores propios y gracias también al conformismo ajeno. Balaídos celebró el pitido final como si de un triunfo se tratase. La sucesión de acontecimientos desde las 4 de la tarde, así lo demandaba. Empezó gris, se volvió rosa, pintó negro y acabó celeste. El color del sufrimiento, el de un equipo que no termina de finiquitar su objetivo, pero que ha dado un nuevo pasito hacia la orilla.
   
El encuentro comenzó cual deja vù. La empanada inicial en Balaídos ha dejado ya de ser casualidad para convertirse en tónica general. Quizás gran parte de los problemas celestes para obtener puntos en su estadio se deban a sus pecados en los primeros 20 minutos de los partidos. Echando la vista atrás, la hemeroteca confirma el problema. La Real Sociedad bailó sobre el césped del estadio vigués en los instantes iniciales. Así lo hizo también el Málaga, y el Getafe, y el Betis, y el Valencia, y el Osasuna, y el Almería, y el Rayo… Difícil encontrarle explicación a la sucesión de torrijas cuando el balón echa a rodar. El marcador siempre empieza 0-1 en Balaídos.
   
La secuencia continuó. Después de la pájara inicial, tocaba recital futbolístico. Lo de siempre. Con el marcador adverso, surge la necesidad y brota el fútbol. Fontás empieza a barrer en el centro del campo los balones a los que antes no llegaba. Krohn-Dehli recupera la intensidad –esa que brilló por su ausencia en la acción defensiva del primer gol- y comienza a dirigir el partido. También Rafinha, que surge entre líneas y encuentra a Nolito. Augusto destroza una y otra vez a su par. El Celta somete a su rival, se llame como se llame, con unos minutos de balompié primoroso, aunque sin la maldad suficiente como para reflejarlo en el marcador. Tiene que llegar un penalti para nivelar la balanza.
   
Pero pronto la defensa se encarga de restablecer la desventaja. Al bajón que han experimentado Hugo Mallo y Jonny en las últimas semanas, se une el agujero en el central izquierdo. Aurtenetxe, ese futbolista que hace dos temporadas jugaba una final europea, coronó su decepcionante temporada con una actuación desastrosa. Perdido en el segundo gol, lamentable con el balón en los pies e inconsciente en la entrada que provocó su expulsión. No debería jugar más. Menos si eso significa dejar en el banquillo a un Íñigo López al que no se le conocen errores desde que está en Vigo. No se entiende que se quede fuera. Quizás ese absurda reticencia de muchos entrenadores a la hora de alinear a dos centrales diestros tenga la culpa.
   
Sin embargo, el fútbol es tan curioso y caprichoso que regaló un final inesperado. La Real Sociedad, falta de ambición y también de piernas, se echó hacia atrás confiando en una contra salvadora. Decidió no buscar la victoria y esperar a que esta la encontrase. Error. Mantuvo vivo a un Celta que se sintió mejor con 10 y sin Aurtenetxe, que con 11 y con el vasco. Orellana y Nolito comandaron la desesperada ofensiva celeste. En el alambre durante todo el segundo tiempo, indultado en más de un contraataque donostiarra, los hombres de Luis Enrique no perdieron la fe. Fue un niño, Santi Mina, quien terminó por hundir en la red el conformismo txuriurdín y salvar un punto valiosísimo. Fue la rúbrica a su mejor actuación como futbolista de Primera División hasta el momento.

   
Al final, empate que sabe a gloria. La igualada deja el objetivo, si las cuentas no fallan, a tiro de una victoria. O tres empates. El Celta encara ahora una terna de duelos decisivos para determinar su futuro. Almería, Valladolid y Osasuna. Puntuar en todos ellos puede ser casi más importante que ganar uno y perder otros dos. El premio espera en los 40. Veremos si llegamos a él por la vía rápida o, todavía, queda mucho por sufrir. Fe. 

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