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| MARCAMEDIA |
Resulta curioso leer
crónicas y crónicas, desmenuzar análisis y más análisis, y visualizar numerosos
resúmenes sin apenas mención a una jugada que pudo haber cambiado el curso del encuentro
en Anoeta. Curioso, que no extraño. Ya otras veces ha pasado: Bilbao, Sevilla. Parece
que esa acción no ha existido, que nunca llegó a producirse. Todos coinciden en
que Muñiz Fernández perjudicó notablemente al Celta, pero nadie repara en un
error tan grave o más que todos los que se le echan en cara. Mínimos
comentarios en las redes sociales, ni una sola referencia en las tertulias
dominicales.
La jugada en
cuestión tiene lugar en la segunda mitad, en el corazón del área realista.
Balón colgado, Charles llega antes que Bravo, remata fuera y el guardameta
chileno lo arrolla. Nada. Ni una sola protesta en el campo, ni una sola mención
en los micrófonos postpartido. Ignorancia, tal vez. O simplemente mala síntesis
de una norma que ni jugadores, ni entrenadores, ni aficionado, ni periodistas,
ni árbitros parecen entender.
En el mundo del
fútbol se ha generalizado la idea de que el portero es un ser intocable en el
área pequeña e incluso un poco más allá. Los colegiados, por supuesto, ayudan a
extender esta creencia con decisiones sobreprotectoras sobre los guardametas,
especialmente en las jugadas aéreas, donde gozan de total impunidad. No hay
dudas cuando el cuero besa el césped. Ahí, cualquier mal cálculo, cualquier encontronazo
del portero con el delantero, termina en penalti. Por arriba no. Por arriba se
permiten derribos clamorosos como el cometido ayer por el cancerbero
donostiarra sobre el punta vigués.
Ejemplos este año
ha habido unos cuantos. El primero, también en tierras vascas y de nuevo con
Charles como protagonista. En esta ocasión fue Herrerín el que midió mal y
tumbó al ariete sobre el pasto de San Mamés. "Sigan, sigan". Curioso
ver como el trencilla del encuentro no interpretó pena máxima entonces y sí
minutos antes sobre Nolito, con el cuero a ras de verde.
Lo de Sevilla fue
si cabe más flagrante. Hasta en dos ocasiones en el Sánchez Pizjuán, Beto cometió
un penalti de los que nunca se pitan sobre dos futbolistas célticos. El
primero, el que refleja la foto, con los tacos por delante y a la altura de la
rodilla. El remate de Santi Mina se fue fuera. Fin de la historia. El segundo,
quizás el más clamoroso, sobre Augusto Fernández. Más que un derribo, se pudo
considerar incluso una agresión. Tampoco hubo castigo.
Jugadas como estas se repiten a menudo en los campos de fútbol. Nunca encuentran sanción. Al Celta le ha tocado ya en tres ocasiones sufrir la mala interpretación de una regla en la que nadie parece nunca reparar. Puede cambiar un partido, pero no importa. Nadie protesta. Se ha convertido en algo similar a los agarrones que se suceden en las áreas a cada balón parado. Simplemente, no se pitan.
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