Involución


XOÁN CARLOS GIL

Preocupación. Eso es lo que se atisbaba en los rostros de los miles de celtistas que vomitaba el viejo Balaídos alrededor de las siete menos diez de la tarde de ayer. Preocupación por una derrota, pero sobre todo por una imagen y una dinámica lejanas a lo deseable. El Elche, rival directo por la permanencia, acababa de hurtar 3 puntos a los celestes, encharcados en un fútbol tan gris como la tarde viguesa. Un fútbol casi antagónico al de semanas atrás, cuando el equipo compensaba su endeblez defensiva con su maldad en ataque. El parón ha mantenido lo primero y le ha privado de lo segundo. Salvo a ratos en Bilbao, el Celta no ha vuelto a ser ese conjunto peligroso en fase ofensiva, capaz de compensar con goles sus dificultades en la retaguardia. El Granada, además de 1 punto inmerecido, se llevó el buen juego celeste, incapaz de sobrevivir al Villarreal, ausente en Getafe y tardío ante los ilicitanos, únicamente sometidos cuando el luminoso exigió a los locales.
   
Antes del gol, las luces estuvieron apagadas. Augusto Fernández y Nolito, recién recuperados, pagaron sus molestias semanales con un mal partido. Tampoco fue el día de Charles, desaparecido. Toni, principal y casi única vía de ataque celeste durante el primer tiempo, sirvió al área buenos centros que nunca encontraron rematador. El brasileño no ha comparecido desde que envió a las nubes aquel penalti en San Mamés, pero se le espera. Lo necesita el Celta como el comer.
   
También una mayor aportación de Álex López y Rafinha, muy poco acertados. De sus botas debe nacer el fútbol celeste y en la última semana apenas han aparecido. Krohn-Dehli, pésimo en Getafe, pareció querer lavar su imagen ante el Elche. Dominó la escena en los últimos minutos, canalizando el juego local en busca del empate. Fue la mejor noticia del partido junto a Santi Mina, capaz de provocar el peligro que no consiguió generar Charles. Su gol, legal a todas luces pero anulado como compensación al ultraje recibido por el Elche el pasado miércoles ante el Real Madrid, estuvo a punto de rescatar 1 punto que, por insistencia en los compases finales del partido, quizás el Celta mereció.
   
Y es que por primera vez, los cambios surtieron efecto y dieron un vuelco al partido, mejorando a un equipo que hasta entonces se encontraba un tanto perdido. Lo que no esconde la innegable escasez de banquillo. Las balas en la recámara fueron las que Luis Enrique puso en liza, no había más. En David Rodríguez no se confía y a Orellana ya no se le espera. Torrecilla, Chaves y compañía se lucieron en verano y ahora llegan las consecuencias. Habrá que esperar a enero para ver si consiguen superarse o si de una vez por todas le ponen remedio. Lo que está claro es que hay muchas lagunas en el plan B celeste.
   
Finalizada una semana que apuntaba alto y que ha terminado por resultar un fiasco, el domingo aguarda un miura de los grandes para despedir la competición antes del parón. La empresa es harto complicada. Puntuar en el Calderón, tal y como están los de Simeone, sería poco menos que una proeza. La sensación es que hoy por hoy visitar al Atlético es muy parecido a jugar en el Camp Nou o en el Santiago Bernabeu. El objetivo, resultado al margen, debe ser recuperar las sensaciones perdidas con el final de agosto. El Celta ha sufrido una preocupante involución que lo ha transformado en un equipo sin chispa ni gol al que encima es muy fácil meter mano. Su fútbol, lejos de mejorar, se ha convertido en previsible. Y eso, en un grupo con evidentes carencias defensivas, es garantía de fracaso. Hay tiempo de mejora, pero Luis Enrique debe ponerse manos a la obra ya. Los puntos vuelan.

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