El dolor se canta en silencio


JORGE LANDÍN 
Cuando el silencio se apodera de una afición incansable, es que algo está fallando. Cuando torna gélido Balaídos, tan cálido en sus bienvenidas más recientes, es porque apenas hay sitio para la esperanza. Cuando parte de la afición se rinde antes de que el árbitro señale el final y abandona cabizbaja el escenario de sus sueños es que ya no hay margen de maniobra. El silencio, compartido e insoportable, que sucedió a los goles del Atlético, con especial énfasis al segundo y al tercero, es el mejor retrato posible a la realidad que hoy sacude con fuerza al Celta. No hay manos a las que asirse para evitar la caída, apenas quedan partidos para creer ni razones para aplaudir. No hoy, quizás mañana.

El impecable comportamiento de la afición ilumina una temporada de sombras. Ayer, a la hora del té, la hinchada preparaba un cálido recibimiento que sólo el juego del Celta fue capaz de enfriar. Las dudas se apoderaban de gargantas sedientas de motivos para seguir gritando. Esta vez se los dieron Krohn-Dehli, protagonista de la única ocasión en el primer tiempo de un equipo desolador, y sobre todo Teixeira Vitienes. Las fobias unen tanto o más que las filias y los árbitros tienden a generar más odio que amor, sobre todo este cántabro incapaz, quién sabe si más o menos que su hermano.

La infame actuación del trencilla enervó a Balaídos, que recordó con un sonoro 'hasta los huevos' afrentas recientes que ayer tuvieron continuidad. Pero la rabia que produjo el árbitro, masticada al descanso, fue incomparable al dolor que generó el Atlético casi sin proponérselo.

El segundo tiempo despertó al Celta con el golpe de Diego Costa, quien agitó a la grada echando las manos a las orejas cuando los silbidos empezaron a apuntar a su mollera. Pero fue el afortunado gol de Juanfran –desafortunado para el caso que nos atañe– el que hirió de muerte al alma celeste. Calló Balaídos. Silencio. Largo. Doloroso.

La afición, siempre respetuosa y ejemplar como ninguna, asumía el final que se avecina cuando Augusto quiso revivir al muerto. Apenas hubo tiempo para llenar los bolsillos de ilusión. Falcao firmó la sentencia y silenció a una afición que sólo aparcó su dolor para aplaudir, una última vez, a los suyos.

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