Llamando a las puertas del cielo


DIEGO PÉREZ
Salvo unos años gloriosos que todavía estamos pagando y momentos muy puntuales, el Celta ha sido un equipo abonado a las desgracias, al sufrimiento infinito. Por ello, desde los más viejos del lugar hasta quienes llevan pocos años sintiendo como su corazón palpita al ritmo de esta camiseta sienten cada triunfo como un suceso indescriptible o una hazaña inesperada. La modestia y la humildad nos han hecho proclamarnos campeones del mundo, de Champions y hasta de Liga con gestas invisibles e ignoradas por el resto de la multitud. Independientemente de cuestiones técnicas y tácticas, cuyos beneficios siempre son bienvenidos, un mismo todo con diferentes significados nos ha distinguido en tantos años de historia: el empuje, la garra, la fuerza, la determinación, el deseo. La moneda habrá caído al suelo por cualquier de las dos caras, pero el desánimo, el conformismo y la política de brazos caídos no ha formado parte de nuestro ADN socio-futbolístico. La gente y el equipo. El equipo y la gente. A falta de saber quién da qué a quién, ambos compartimos la misma moneda, un destino que ahora mismo sabe a esperanza tras el subidón del pasado lunes. 

El empate nos hundía en la miseria. La luz de un marcador benévolo desaparecía con el paso de los minutos, aunque tras los nervios iniciales y el 0-1 aquel tanto de Álex López nos metió de lleno durante una hora en una pelea contra el reloj. A falta de esa pausa casi imposible ante la portería de Roberto por una dinámica tan negativa como angustiosa, el equipo de Abel Resino se vació sobre el césped de Balaídos, guiado por dos héroes motivaciones como Mario Bermejo y Natxo Insa. Hasta Krohn-Dehli daba síntomas de recuperación en una segunda parte heróica que sólo pedía un gol para seguir luchando en las seis jornadas restantes. Empujado por el calor de unas gradas que ofrecían demasiados asientos sin dueño, el Celta se negó a vivir un epílogo miserable. Las lágrimas de tristeza ya se preparaban para bañar nuestros rostros cuando Bermejo remató como pudo al fondo de la red zaragocista una pelota histórica, el ansiado impulso para respirar una semana más. 

Cada uno gritó a su manera, se abrazó a quien pudo y liberó toda la tensión que había acumulado durante más de 90 minutos en una gloria momentánea e imprescindible para creer en la salvación. Resulta fascinante cómo esa jugada, la victoria que esperábamos puede cambiar el ánimo de un colectivo enfermo para darle el principio de una salud de hierro. En el instante más complicado, la ansiedad se convirtió en valentía. Ahora, espera el Levante en un Cuidad de Valencia donde los celtistas que vayan volverán a dejarse sus gargantas. Arriba ganaremos mucha calidad con la vuelta de Iago Aspas y, ya a dos puntos de la permanencia, el Celta parece llamar a las puertas del cielo. La furia guitarrera de Slash y la rabia vocal de Axl Rose nos acompañan. Nadie dijo que iba a ser fácil. La suerte todavía no está echada.     

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