Cuando la victoria hace daño


Foto: Jose Andrés Sánchez / LOF

Cuesta creer que una victoria pueda tener un efecto perjudicial en un equipo. Todo lo contrario. Habitualmente se asocia el triunfo a la ausencia de problemas, a la carencia de preocupaciones. Suele decirse que marcar más goles que el adversario es la mejor medicina para curar una patología futbolística, la forma ideal para olvidar un pobre recuerdo anterior. La victoria, salvo en casos excepcionales, salva entrenadores, revaloriza jugadores y recupera el ánimo de una grada deprimida en apenas 90 minutos. Lo cambia todo y casi siempre para bien.
   
En el caso del Celta no ha sido así. Allá por noviembre logró en Zaragoza 3 puntos vitales que pusieron fin a una pésima racha a domicilio. Llegaban los celestes a la Romareda en una situación crítica como visitantes. 0 de 18 era el bagaje como forastero de un equipo que había sucumbido en sus seis salidas precedentes. Anoeta, Mestalla, Los Cármenes, Bernabeu, Camp Nou y Vallecas resultaron inaccesibles para el Celta. En muchas ocasiones con el buen juego en el haber y la mala puntería en el debe, pero con un resultado desolador en todas ellas.
   
Aquel frío lunes a las orillas del Ebro la maldición se rompió. En un partido soporífero entre dos equipos cómodos con el empate y temerosos ante la posibilidad de la derrota, un gol de Iago Aspas en los minutos finales dio el triunfo a un Celta ansioso por puntuar lejos de Balaídos. Al día siguiente todo era felicidad, sólo importaba el resultado, ni se hablaba de la escasa ambición de un equipo que, sin comerlo ni beberlo, se había encontrado con el premio gordo sin apenas buscarlo. En el fondo era lógico, tras semanas de buen juego y pocos puntos (más bien ninguno), aquella victoria, pese a producirse en uno de los peores partidos jugados por los vigueses hasta entonces, supo a gloria.
   
A día de hoy, dos meses y medio después, se puede decir que esa victoria ha hecho más mal que bien al equipo. Ese triunfo ha confundido a Paco Herrera, le ha hecho creer que existe otro camino hacia el éxito a domicilio. Basta echar un vistazo a los partidos que han jugados los celestes lejos de Balaídos desde entonces, al resultado obtenido y sobre todo al juego desarrollado. Derrota por incomparecencia en Bilbao, conservadurismo sin premio en el Calderón, goleada sin presentar batalla en el Bernabeu, despropósito en Cornellà y bochorno en Pamplona. Entre medias la Rosaleda, el único encuentro en el que el Celta se pareció más al verdadero Celta. Ahí se ganó un punto, en los demás ninguno. ¿Casualidad?
   
La propuesta debe cambiar. Herrera debe concienciarse de que el camino a seguir no es el que se tomó aquella noche en Zaragoza. El fútbol es un deporte impredecible y en un partido de 0-0, la pelota sonrió al Celta ese día. Habitualmente, el esférico sólo complace los intereses celestes cuando se le trata con cariño, cuando se le mima y se le conquista, no cuando se regala al rival. La Romareda no es el ejemplo a seguir, sí Los Cármenes o Mestalla. Las victorias no siempre son buenas si no se saben interpretar correctamente. Puede que sin aquella el Celta estuviese ahora mismo más hundido en la clasificación. O puede que no. Lo cierto es que le ha robado su identidad como visitante. Toca recuperarla en Getafe.

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