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Foto: Ricardo Grobas |
Querido Iago, te escribo porque me tienes impresionado. Han
pasado unos cuantos años desde que te conocí y no quepo en mí de mi asombro. Es
cierto que se te veía una chispa especial desde que comenzaste a dar tu nombre
a conocer en Barreiro junto a un Dani Abalo que te buscaba tanto como tú a él
en las paredes. Pero ni de lejos podíamos imaginar que llegaríamos a esto.
Quién iba a decir que al escuchar el apellido Aspas serías tú el primero que se
viniese a nuestra cabeza y no tu trabajador y voluntarioso hermano Jonathan,
con quien el Celta (y el fútbol) no fue todo lo justo que debiera tras su
excelente campaña en el último ascenso del equipo. El caso es que así es, los
azares del destino te han llevado al Celta con más fortuna de la que tuvo tu
hermano y hoy la grada corea tu nombre y aplaude tus jugadas como las de la principal
estrella de su equipo. Pero empecemos por el principio.
Corría la temporada 2008/2009 y el Celta atravesaba
posiblemente el peor momento de su historia reciente. Tras un baile continuo en
el banquillo, recaló en el cuerpo técnico un inexperto Eusebio Sacristán que, a
pesar de no contar en aquel momento con el tiempo necesario, iba apuntalando
cosas para el futuro. Y una de ellas fue darte la responsabilidad a ti, Iago,
por aquel entonces un chaval que destacaba en el filial, de salvar al equipo en
una jornada agónica contra el Alavés que, de tener un mal resultado nos llevaría
prácticamente a la Segunda B
y quién sabe si a la desaparición. Eusebio te sacó al campo en el minuto 60 no
sé si más por desesperación que por fe, pero dio resultado. Us primeras jugadas
ya se quedaron en nuestra retina y, posteriormente, nos llevaste al cielo. Puedo
decir que, desde que soy celtista, aquellos dos goles contra el Alavés fueron sin
duda de los que más canté, los que más emoción me produjeron y con los que más
loco me volví. No era para menos.
El éxtasis nos impidió ver con tranquilidad el futuro. Quizá
nos precipitamos con tu salto al primer equipo y, los que más los que menos, veíamos
al Celta de Eusebio con Iago y once más. Nos pudo la emoción. Lo cierto es que
de clase ibas sobrado, pero todavía te faltaba mucho por aprender y en aquella
temporada del 2009/2010, llena de sinsabores e indiferencia, aunque dejaste
destellos de tu clase (siempre recordaremos aquel taconazo en el Calderón), también
nos descubriste el peor de tus defectos: un carácter incontrolable. Alguna que
otra expulsión, tu intranquilidad a la hora de tomar decisiones y tus ansias de
querer hacer todo te convertían en un jugador irregular, capaz de lo mejor y de
lo peor y, en definitiva, demasiado verde todavía. No pasaba nada, tu juventud
te avalaba y ya llegarían los buenos años.
Y vaya si llegaron. Con Paco Herrera no solo nos convertimos
en un equipo mucho más competitivo y claro candidato al ascenso, si no que
jugadores como tú dieron el salto definitivo. Ya no eras un chaval, se
empezaban a notar tus cualidades, tus especialidades y tu aura de jugador por
encima del resto. Obviamente no fuimos los únicos en darnos cuenta, si no que
media España y parte del extranjero ya comenzaban a vigilarte como te mereces. Herrera
decidió que serías delantero, algo innegociable porque a su parecer como
mediapunta eres “un puto desastre”. No le falta razón, porque una vez más tu ímpetu
y tus ganas de hacerlo todo bien te juegan malas pasadas a la hora de decidir. Sin
embargo has ganado en velocidad, has aprendido, tras esa primera temporada de
nuevo irregular con Paco al frente del equipo, el oficio del desmarque y el don
del oportunismo. Y manda carallo, ¡no te ha ido/nos ha ido mal!
Son ya 19 goles, quién lo iba a decir a principios de
temporada. Quién iba a adivinar, con la llegada de un 9 puro como Mario Bermejo
y las ganas de David Rodríguez, que el máximo goleador nacional del campeonato
a estas alturas serías tú. Y tan solo 6 golitos te separan de Ulloa a falta de
4 jornadas, tal como te encuentras a nivel de forma física ( y viendo que ya te
atreves a golpear con la pierna derecha con la confianza que muchas veces te
faltó) nadie puede hablar de imposibles y vete tú a saber si acabas de
pichichi. Pero eso es lo de menos. Los que en un principio saltamos de júbilo
con tu irrupción y posteriormente nos desesperamos un poco con tu irregularidad
y tus salidas de tono por tu carácter decimos ahora bien alto y con orgullo: ¡Cuánto
has crecido, chaval! Y esperemos que, con la que se está montando, te quedes
aquí muchos años. En Primera, claro está.
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