Un intruso en Río Bajo


Foto: José Lores

El pasado sábado, además de conseguir una nueva victoria, Balaídos observó cómo una de sus gradas albergaba a un personaje conocido y, por lo general, antipático para la masa social celeste. Nada más y nada menos que Fabriciano González Penelas, más conocido como Fabri, desde hace unas semanas extécnico del Granada C. F., dfecidió acercarse a Vigo a ver un partido de fútbol. La noticia no sería tal si no fuese porque hace tan solo unos meses que el señor Fabri y su ex-equipo se enfrentaron en el play-off de ascenso contra el Celta con más de una polémica y declaraciones “calientes” de por medio. A sabiendas de todo lo ocurrido en la eliminatoria que desgraciadamente se llevó el Granada, es cuanto menos sorprendente que Fabri se acerque a ver al Celta en Balaídos. Aunque si lo pensamos fríamente, el técnico está en su pleno derecho de asistir a un partido de fútbol profesional y de disfrutarlo en directo habida cuenta de que no deja de ser su profesión.

Lo que sí sorprendió y mucho fue que el lucense decidiese adquirir su butaca en una grada tan popular como Río Bajo, grada que dicho sea de paso es en la que un servidor se asienta desde hace más de diez años. Durante la primera parte, a través de twitter (esto de las últimas tecnologías es increíble), me entero de que Fabri está sentado en mi grada y a parte de la lógica sorpresa e inmediata cara de incredulidad (llegué a creer que el informante estaba de cachondeo), la curiosidad, algo inherente al propio ser humano, hizo que levantase mi mirada y buscase sin éxito la ubicación del técnico. Puro morbo, supongo.

Llegó el descanso y con él el habitual paseo para estirar un poco las piernas. Entre cachondeos y con palabras de mofa con los amigos, las miradas estaban atentas en pos del peculiar rostro de Fabriciano. Una vez más, puro morbo. Los quince minutos transcurrieron entre risas e infructuosas búsquedas y comenzó la segunda parte. Y entonces se desató algo que no por previsible deja de ser lamentable. Más o menos a los quince minutos de transcurso del segundo tiempo, la peña Irmandiños 1923 (a quienes respeto mucho y que dan un ambiente espectacular a la sosa grada de Río, dicho sea con anterioridad) se da cuenta de que Fabri está justo al lado de su ubicación. Me doy cuenta porque comienzan a sonar cánticos que no se corresponden mucho con el transcurso del encuentro. Giro la mirada y observo que un buen grupo de los peñistas señalan, se mofan y llegan a insultar (entre otras lindezas “non é galego, é un fillo de puta”) al entrenador que, me supongo, querría ver el partido tranquilamente.

La verdad es que en ese momento llegué a sentir vergüenza. No soy, ni mucho menos, admirador de Fabri (de hecho me cae tan mal como el que más) y desde luego censuro sus malas artes en aquella fatídica eliminatoria del play-off de ascenso del año pasado. Pero eso no me autoriza, ni a mí ni a nadie, a increpar, hacer cortes de manga e insultar a una persona que tranquilamente se digna a ver un encuentro de fútbol. Desconozco la reacción de Fabri a las lindezas que le dedicaron ya que mi situación en la grada no me permitía verlo (y no soy tan morboso como para levantarme en pleno partido y dirigirme a observar cual voyeur), pero no saltar a tales provocaciones sería casi milagroso. Incluso llegué a ver cómo un aficionado le citaba con gestos al término del partido. Evidentemente no quiero saber para qué.

El caso es que todos aquellos que lo insultaron arropados por la fuerza y el poder social que da la multitud perdieron todo el derecho y el crédito a quejarse de la actitud tanto de la afición granadina como de Fabri en aquella eliminatoria. Es bien cierto que también es responsabilidad de Fabri el hecho de sentarse en una grada popular y justo al lado de una peña celtista, pero aún así no hay por dónde coger la actitud que se llevó a cabo por parte de los aficionados. Tampoco pretendo acusar a la peña Irmandiños (a la que, como ya he dicho, respeto y admiro por el ambiente que proporciona a la grada), ya que estoy seguro de que también hubo aficionados no pertenecientes a dicha peña que increparon al lucense. El caso es que, desde aquí, siempre censuraré este tipo de actitudes vayan dirigidas contra quien vayan. Esto es fútbol señores, nada más. Llevarlo a los terrenos del odio y de la falta de respeto hacia quien sea provoca a la larga peligrosas situaciones como las que, hace no mucho, vivimos en Riazor. Salvando las distancias, claro está, pero el hecho de increpar e insultar es la semilla de algo más grande que esperemos no llegue a germinar nunca en Balaídos.

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